COSAS QUE SE DEBEN Y QUE NO SE DEBEN HACER CUANDO SE AYUDA A UNA PERSONA QUE HA SUFRIDO UNA PÉRDIDA
Robert A. Neimeyer
COSAS
QUE NO DEBEN HACER
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COSAS
QUE SE DEBEN HACER
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Obligar
a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir un papel, diciendo: “lo estás haciendo
muy bien”. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos
perturbadores sin tener la
sensación de que nos está defraudando.
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Abrir las puertas a la comunicación. Si
no sabe qué decir, pregunte:
“¿cómo estás hoy?” o “he
estado pensando en ti. ¿Cómo te está yendo?”.
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Decirle a la persona
que ha sufrido
la pérdida que “tiene”
que hacer. En el mejor de los casos,
esto refuerza la sensación de incapacidad de la
persona y, en el peor, nuestro consejo
puede ser “contraproducente”.
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Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%.
Hay
muy
pocas personas que se tomen el tiempo necesario para escuchar las preocupaciones más
profundas de otro individuo. Sea una de ellas.
Tanto usted como la
persona que ha sufrido la pérdida pueden aprender cosas en el proceso.
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Decir “llámame si
necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos suele declinarse y la persona que
ha sufrido la pérdida capta
la idea de que nuestro
deseo implícito es que no
se ponga en contacto con nosotros.
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Ofrecer ayudas
concretas y tomar la iniciativa de
llamar a la persona. Si además respetamos la intimidad del superviviente,
éste valorará nuestra ayuda concreta con las tareas
de la vida cotidiana.
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Sugerir que el tiempo
cura todas las heridas. Las heridas de la
pérdida no se curan nunca
por completo y el trabajo del duelo es más
activo de lo que sugiere esta frase.
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Esperar “momentos
difíciles” en el futuro, con intentos activos
de afrontar sentimientos y decisiones
difíciles durante
los meses que siguen
a la pérdida.
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Hacer que sean otros
quienes presten la ayuda.
Nuestra presencia y preocupación personal es lo que marca la
diferencia.
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“Estar
ahí”, acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar,
aparte de la
autenticidad y el cuidado.
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Decir: “sé cómo te sientes”. Cada persona experimenta su dolor de una manera única,
por lo que lo mejor que podemos hacer es invitar al afectado a compartir sus sentimientos,
en lugar de dar
por supuesto que los conocemos.
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Hablar de nuestras propias
pérdidas y de
cómo
nos adaptamos a ellas. Aunque
es posible que
esa persona en
concreto tenga
un
estilo de afrontamiento diferente al nuestro, este tipo de revelaciones
pueden servirle
de ayuda.
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Utilizar frases
manidas de consuelo,
como: “hay otros peces en el mar” o “los caminos del Señor son insondables”. Esto sólo convence a la persona de que nos preocupemos lo suficiente
por entenderla.
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Establecer un contacto físico
adecuado, poniendo el brazo sobre el hombro del
otro o dándole un abrazo cuando
fallan las palabras. Aprenda
a sentirse cómodo con el
silencio compartido,
en lugar de parlotear intentando
animar a la
persona.
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Intentar que la persona
se dé prisa en superar
su dolor animándola a ocupar su tiempo, a regalar las posesiones del difunto, etc. El trabajo del duelo
requiere tiempo y paciencia y no
puede hacerse en un plazo de
tiempo fijo.
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Ser paciente con la historia de la persona
que ha sufrido la pérdida y permitirle
compartir sus
recuerdos del ser querido. Esto fomenta una
continuidad saludable en la orientación de la persona a un futuro que ha quedado transformado por la pérdida.
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