sábado, 29 de marzo de 2014
miércoles, 26 de marzo de 2014
APRENDER DE LA PÉRDIDA
COSAS QUE SE DEBEN Y QUE NO SE DEBEN HACER CUANDO SE AYUDA A UNA PERSONA QUE HA SUFRIDO UNA PÉRDIDA
Robert A. Neimeyer
COSAS
QUE NO DEBEN HACER
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COSAS
QUE SE DEBEN HACER
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Obligar
a la persona que ha sufrido la pérdida a asumir un papel, diciendo: “lo estás haciendo
muy bien”. Debemos dejar que la persona tenga sentimientos
perturbadores sin tener la
sensación de que nos está defraudando.
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Abrir las puertas a la comunicación. Si
no sabe qué decir, pregunte:
“¿cómo estás hoy?” o “he
estado pensando en ti. ¿Cómo te está yendo?”.
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Decirle a la persona
que ha sufrido
la pérdida que “tiene”
que hacer. En el mejor de los casos,
esto refuerza la sensación de incapacidad de la
persona y, en el peor, nuestro consejo
puede ser “contraproducente”.
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Escuchar un 80% del tiempo y hablar un 20%.
Hay
muy
pocas personas que se tomen el tiempo necesario para escuchar las preocupaciones más
profundas de otro individuo. Sea una de ellas.
Tanto usted como la
persona que ha sufrido la pérdida pueden aprender cosas en el proceso.
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Decir “llámame si
necesitas algo”. Este tipo de ofrecimientos suele declinarse y la persona que
ha sufrido la pérdida capta
la idea de que nuestro
deseo implícito es que no
se ponga en contacto con nosotros.
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Ofrecer ayudas
concretas y tomar la iniciativa de
llamar a la persona. Si además respetamos la intimidad del superviviente,
éste valorará nuestra ayuda concreta con las tareas
de la vida cotidiana.
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Sugerir que el tiempo
cura todas las heridas. Las heridas de la
pérdida no se curan nunca
por completo y el trabajo del duelo es más
activo de lo que sugiere esta frase.
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Esperar “momentos
difíciles” en el futuro, con intentos activos
de afrontar sentimientos y decisiones
difíciles durante
los meses que siguen
a la pérdida.
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Hacer que sean otros
quienes presten la ayuda.
Nuestra presencia y preocupación personal es lo que marca la
diferencia.
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“Estar
ahí”, acompañando a la persona. Hay pocas normas para ayudar,
aparte de la
autenticidad y el cuidado.
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Decir: “sé cómo te sientes”. Cada persona experimenta su dolor de una manera única,
por lo que lo mejor que podemos hacer es invitar al afectado a compartir sus sentimientos,
en lugar de dar
por supuesto que los conocemos.
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Hablar de nuestras propias
pérdidas y de
cómo
nos adaptamos a ellas. Aunque
es posible que
esa persona en
concreto tenga
un
estilo de afrontamiento diferente al nuestro, este tipo de revelaciones
pueden servirle
de ayuda.
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Utilizar frases
manidas de consuelo,
como: “hay otros peces en el mar” o “los caminos del Señor son insondables”. Esto sólo convence a la persona de que nos preocupemos lo suficiente
por entenderla.
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Establecer un contacto físico
adecuado, poniendo el brazo sobre el hombro del
otro o dándole un abrazo cuando
fallan las palabras. Aprenda
a sentirse cómodo con el
silencio compartido,
en lugar de parlotear intentando
animar a la
persona.
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Intentar que la persona
se dé prisa en superar
su dolor animándola a ocupar su tiempo, a regalar las posesiones del difunto, etc. El trabajo del duelo
requiere tiempo y paciencia y no
puede hacerse en un plazo de
tiempo fijo.
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Ser paciente con la historia de la persona
que ha sufrido la pérdida y permitirle
compartir sus
recuerdos del ser querido. Esto fomenta una
continuidad saludable en la orientación de la persona a un futuro que ha quedado transformado por la pérdida.
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UNA GUÍA PARA AFRONTAR EL DUELO
DIEZ PASOS PRÁCTICOS PARA ADAPTARSE
A LA
PÉRDIDA
Robert A. Neimeyer
Robert A. Neimeyer
1.
Tomarse en serio las pequeñas
pérdidas. Dedicando tiempo a mostrar que
nos preocupamos por un amigo que se muda lejos de nosotros o a vivir la tristeza
que sentimos cuando dejamos una casa que se ha quedado grande o pequeña
para nuestras necesidades, nos damos a nosotros mismos la oportunidad para “ensayar” nuestra adaptación a las
pérdidas importantes de nuestras vidas. De un modo parecido, podemos utilizar la muerte de un simple
pez de colores como una “oportunidad
para aprender”, instruyendo a los niños sobre el significado de la muerte y su lugar
en la vida, preparándoles para futuras pérdidas.
2. Tomarse tiempo para sentir. Aunque las pérdidas más importantes plantean toda una serie de exigencias prácticas que hacen
que sea
difícil “enfrascarnos” en nuestras
reflexiones
privadas,
debemos encontrar algunos momentos de tranquilidad para estar solos y
sin distracciones. Escribir en privado sobre nuestras experiencias y
reflexiones en momentos de cambio puede ser una forma de mejorar nuestra sensación de alivio y
comprensión.
3. Encontrar formas sanas de descargar el estrés. Prácticamente por definición, cualquier tipo de
transición es estresante. Debemos buscar formas constructivas
de dominar este estrés, ya sea a través de la actividad, el ejercicio, el entrenamiento en relajación o la
oración.
4.
Dar sentido a la pérdida. En lugar de intentar quitarnos de la
cabeza cualquier pensamiento sobre la
pérdida, es mejor que nos permitamos obsesionarnos
con ella. Intentando
desterrar las imágenes dolorosas
sólo conseguimos darles
más poder.
A medida que vamos
elaborando una historia coherente de nuestra experiencia, vamos logrando
una mayor perspectiva.
5. Confiar en alguien. Las cargas compartidas son menos pesadas. Debemos encontrar personas,
que pueden ser familiares, amigos, religiosos o terapeutas, a las que podamos explicarles lo que estamos pasando sin que nos interrumpan con su propio “orden del día”. Lo mejor es aceptar con elegancia los gestos de apoyo y lo oídos dispuestos a escuchar, sabiendo que llegará un momento en que tendremos que devolver el favor.
6. Dejar a un lado la necesidad
de controlar a los demás. Las otras personas afectadas
por la pérdida tienen su propia manera de elaborarla y siguen
su propio ritmo. No debemos
obligarlas a adaptarse al camino que nosotros seguimos para elaborar nuestro dolor.
7.
Ritualizar la pérdida
de un modo que tenga sentido para nosotros. Si el funeral que se ha celebrado por el
fallecimiento de nuestro ser querido
no nos ha satisfecho, podemos preparar un acto que satisfaga
nuestras necesidades. Hay maneras
creativas de honrar las pérdidas no tradicionales que encajan con nosotros y
con las transiciones que atravesamos.
8. No
resistir al cambio. Las pérdidas de personas y roles que ocupan un papel
central en nuestras vidas
nos transforman para siempre. Lo mejor
es abrazar estos cambios, buscando las oportunidades que
presentan para el crecimiento, independientemente de lo agridulces que puedan
resultar, esforzarnos por crecer con la experiencia de la pérdida, al mismo tiempo que reconocemos los aspectos en los que nos
ha empobrecido.
9. Cosechar el fruto de la pérdida.
La pérdida hace que revisemos nuestras prioridades vitales y podemos buscar
oportunidades
para aplicar lo que nos enseña a proyectos
y relaciones futuras.
Debemos dejar que nuestras reflexiones
constructivistas
encuentren una
forma de
expresión en acciones
adecuadas, quizás ayudando
a otras personas que lo necesiten.
10. Centrarse en las propias convicciones religiosas. Podemos utilizar
la pérdida como una oportunidad
para revisar y renovar las creencias religiosas y
filosóficas que ya dábamos por supuestas, buscando una espiritualidad más profunda y templada.
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